AMO A TOM, MATARILI AL MARI...
Incluyo en crónicas este texto, para buscar penetrar en esa cultura homofóbica desde otro punto de vista, no desde el que discretamente apoya y practica silenciosamente el mismo acto de denigración, sino a partir del fundamento de comprensión que todos deberíamos tener y de reconstrucción social que pretendemos. No vamos a querer cambiar con esto nuestras costumbres, sino deconstruirlos.
Después de que el 20 de noviembre de 1901, Porfirio Díaz mandara a un ejército de gendarmes a arrestar a 41 sospechosos de realizar "actividades sodomitas" y se iniciara contra ellos un proceso que incluyó humillaciones y cachiporrazos, para que confesaran su indecencia, la represión y violencia contra homosexuales comenzó su ascenso en la ciudad de México.
Aquella represión oficial encendería, durante muchas décadas, la mecha para establecer una sistemática discriminación hacia los llamados "lilos", quienes de acuerdo con un experto en "frenología", que en la calle de Donceles prometía curar aquel mal, eran enfermos que degradaban a la sociedad con sus sucios comportamientos.
Curiosamente se rumoró que en la famosa redada de Los 41 , se encontraba presente el yerno de don Porfis, un tal Nachito de la Torre, quien junto con sus camaradas vestidos de mujer le entró tupido al bailongo hasta que la autoridad llegó de aguafiestas. Cómicamente, los esfuerzos del dictador por tapar el ojo a la mosca resultaron vanos, pues de los 40 fulanos que fueron enchironados y más tarde desterrados a Yucatán a picar piedra (sin albur), la
vox pópuli añadió un sospechoso más (sumando 41): el pariente incómodo, iniciando así una cultura de ridículo contra todo aquel amanerado que osara mostrar "sus artes" en sociedad.
En las oficinas públicas, en los módulos de atención, en los bancos y por supuesto en restaurantes, cantinas, comercios, etcétera, la homofobia se extendió como una forma de "solidaridad machista", así como una manera de "acrecentar", entre comillas, la imagen de hombría personal; por ello, cualquier "delicado" que osara darse a notar, era rápidamente aplacado con tonos golpeados, miradas asesinas, aventones de mercancía en los mostradores o, en el caso de la burocracia, con tediosas esperas para realizar cualquier trámite.
Lo peor era que cuando un buen samaritano que se indignara por los malos tratos dirigidos hacia estos ciudadanos, corría el riesgo de ser tachado de traidor, "ambiguo" o miembro tardío de la banda de Los 41 , fama que en tiempos de la mojigatería más absoluta, cuando incluso se proponía separar a hombres y mujeres en las salas de cine, representaba prácticamente una muerte social.
Llegado el mandato del ultraderechista Plutarco Elías Calles, grupos reaccionarios aparecieron por toda la ciudad bajo el apapacho del Estado, y en medio de esa jungla, un valiente columnista de apellido Lomelí, se atrevió a contradecir, aun con las presiones homofóbicas, las afirmaciones del presidente de la liga fascista, Marcelo Tadeo Pérez, con respecto a que los homosexuales eran una sarna que si bien la moral católica impedía exterminar, al menos debía ser contenida en separos alejados del núcleo de la capital.
Cuidando no ofender a mandamases, Lomelí dijo que la afirmación de Pérez "resultaba aventurada" y si bien los homosexuales podían ofender a las mayorías, no había que olvidar que habían nacido mexicanos y tenían los mismos derechos constitucionales.
Por supuesto, aquel comentario no podía pasar desapercibido en una época donde la tristemente célebre Liga Pro Raza libraba sus batallas y en los barrios se realizaba de vez en cuando alguna "caza de Adelitas", dejando gravemente heridos a numerosos homosexuales, quienes en el mejor de los casos, recibían ayuda médica sin discriminaciones. Al poco tiempo de su afirmación, el columnista fue cesado por su osadía.
Con el paso de los años, la difusión en tierras nacionales de las bases sicoanalíticas del buen maese Sigmund Freud, derivaron en la teoría popularmente conocida como "efecto espejo", que explicaba cómo el odio irracional de todo homofóbico surgía de una profunda identificación con el objeto rechazado. En pocas palabras, todos aquellos machines que presumían de ser el azote de las mariposas, ocultaban una latente homosexualidad reprimida, misma que al entrar en conflicto con el subconsciente y generar miedo y vergüenza, derivaban en acciones violentas contra todo aquel que personificara su temor.
No obstante para que cuestiones tan complicadas pudieran ser comprendidas por nuestros compatriotas, aún no liberados del lastre del complejo aldeano, tendrían y tendrán aún que transcurrir décadas, al menos así lo han demostrado los pocos resultados de la reciente campaña contra la homofobia de la Secretaría de Salud.
La lectora Blanca Esther Pérez sugiere unas preguntas en los esloganes que fomentan la tolerancia. Muchos publicistas deberían aprender de la creatividad de doña Irma, cuyo breve texto transcribimos íntegramente: "¿Qué harías si tu hijo fuera homosexual? ¿Lo humillarías, atacarías, avergonzarías? La violencia contra quienes consideras diferentes comienza al no imaginar ningún vínculo con ellos. No toleres, comprende".
Mientras tanto, el miedo disfrazado de homofobia continúa latente en cada rincón de nuestro país, en cada oficina, empresa, institución. Bien lo afirmaba un agudo cronista, la fobia nacional generada por el incidente de Los 41 se mantiene tan fresca como el primer día. Curiosamente en nuestro honorable Ejército mexicano no existe desde 1901 un batallón que ostente en su estandarte este desprestigiado y sospechoso número; por ley no escrita se saltan del 40 al 42, ¿algo les moverá el tapete?
La ciudad de ayer
Homero Bazán Longi
El Universal
Domingo 21 de agosto de 2005
ciudad
Corpus
Después de que el 20 de noviembre de 1901, Porfirio Díaz mandara a un ejército de gendarmes a arrestar a 41 sospechosos de realizar "actividades sodomitas" y se iniciara contra ellos un proceso que incluyó humillaciones y cachiporrazos, para que confesaran su indecencia, la represión y violencia contra homosexuales comenzó su ascenso en la ciudad de México.
Aquella represión oficial encendería, durante muchas décadas, la mecha para establecer una sistemática discriminación hacia los llamados "lilos", quienes de acuerdo con un experto en "frenología", que en la calle de Donceles prometía curar aquel mal, eran enfermos que degradaban a la sociedad con sus sucios comportamientos.
Curiosamente se rumoró que en la famosa redada de Los 41 , se encontraba presente el yerno de don Porfis, un tal Nachito de la Torre, quien junto con sus camaradas vestidos de mujer le entró tupido al bailongo hasta que la autoridad llegó de aguafiestas. Cómicamente, los esfuerzos del dictador por tapar el ojo a la mosca resultaron vanos, pues de los 40 fulanos que fueron enchironados y más tarde desterrados a Yucatán a picar piedra (sin albur), la
vox pópuli añadió un sospechoso más (sumando 41): el pariente incómodo, iniciando así una cultura de ridículo contra todo aquel amanerado que osara mostrar "sus artes" en sociedad.
En las oficinas públicas, en los módulos de atención, en los bancos y por supuesto en restaurantes, cantinas, comercios, etcétera, la homofobia se extendió como una forma de "solidaridad machista", así como una manera de "acrecentar", entre comillas, la imagen de hombría personal; por ello, cualquier "delicado" que osara darse a notar, era rápidamente aplacado con tonos golpeados, miradas asesinas, aventones de mercancía en los mostradores o, en el caso de la burocracia, con tediosas esperas para realizar cualquier trámite.
Lo peor era que cuando un buen samaritano que se indignara por los malos tratos dirigidos hacia estos ciudadanos, corría el riesgo de ser tachado de traidor, "ambiguo" o miembro tardío de la banda de Los 41 , fama que en tiempos de la mojigatería más absoluta, cuando incluso se proponía separar a hombres y mujeres en las salas de cine, representaba prácticamente una muerte social.
Llegado el mandato del ultraderechista Plutarco Elías Calles, grupos reaccionarios aparecieron por toda la ciudad bajo el apapacho del Estado, y en medio de esa jungla, un valiente columnista de apellido Lomelí, se atrevió a contradecir, aun con las presiones homofóbicas, las afirmaciones del presidente de la liga fascista, Marcelo Tadeo Pérez, con respecto a que los homosexuales eran una sarna que si bien la moral católica impedía exterminar, al menos debía ser contenida en separos alejados del núcleo de la capital.
Cuidando no ofender a mandamases, Lomelí dijo que la afirmación de Pérez "resultaba aventurada" y si bien los homosexuales podían ofender a las mayorías, no había que olvidar que habían nacido mexicanos y tenían los mismos derechos constitucionales.
Por supuesto, aquel comentario no podía pasar desapercibido en una época donde la tristemente célebre Liga Pro Raza libraba sus batallas y en los barrios se realizaba de vez en cuando alguna "caza de Adelitas", dejando gravemente heridos a numerosos homosexuales, quienes en el mejor de los casos, recibían ayuda médica sin discriminaciones. Al poco tiempo de su afirmación, el columnista fue cesado por su osadía.
Con el paso de los años, la difusión en tierras nacionales de las bases sicoanalíticas del buen maese Sigmund Freud, derivaron en la teoría popularmente conocida como "efecto espejo", que explicaba cómo el odio irracional de todo homofóbico surgía de una profunda identificación con el objeto rechazado. En pocas palabras, todos aquellos machines que presumían de ser el azote de las mariposas, ocultaban una latente homosexualidad reprimida, misma que al entrar en conflicto con el subconsciente y generar miedo y vergüenza, derivaban en acciones violentas contra todo aquel que personificara su temor.
No obstante para que cuestiones tan complicadas pudieran ser comprendidas por nuestros compatriotas, aún no liberados del lastre del complejo aldeano, tendrían y tendrán aún que transcurrir décadas, al menos así lo han demostrado los pocos resultados de la reciente campaña contra la homofobia de la Secretaría de Salud.
La lectora Blanca Esther Pérez sugiere unas preguntas en los esloganes que fomentan la tolerancia. Muchos publicistas deberían aprender de la creatividad de doña Irma, cuyo breve texto transcribimos íntegramente: "¿Qué harías si tu hijo fuera homosexual? ¿Lo humillarías, atacarías, avergonzarías? La violencia contra quienes consideras diferentes comienza al no imaginar ningún vínculo con ellos. No toleres, comprende".
Mientras tanto, el miedo disfrazado de homofobia continúa latente en cada rincón de nuestro país, en cada oficina, empresa, institución. Bien lo afirmaba un agudo cronista, la fobia nacional generada por el incidente de Los 41 se mantiene tan fresca como el primer día. Curiosamente en nuestro honorable Ejército mexicano no existe desde 1901 un batallón que ostente en su estandarte este desprestigiado y sospechoso número; por ley no escrita se saltan del 40 al 42, ¿algo les moverá el tapete?
La ciudad de ayer
Homero Bazán Longi
El Universal
Domingo 21 de agosto de 2005
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